Una persona grata es una persona feliz.
Todos lo sabemos.
Sin embargo puede ser interesante notar que cuando hablamos de felicidad tenemos la tendencia de pensar en un estado que casi no depende de nosotros.
La felicidad llega sola.
Se manifiesta sola.
La gratitud en cambio es una actitud personal.
Es como interpretamos el mundo.
La gratitud depende de nuestra manera de significar lo que nos pasa y lo que nos rodea.
Básicamente gratitud es concentrarnos sobre todo en lo que hemos recibido y no en lo que nos falta.
Mirar a la mitad llena del vaso y dejar de creer que, sólo por existir, merecíamos el vaso lleno (un vaso que, probabilmente, queríamos que otra persona rellenara).
Por eso la gratitud puede tener una nota de tristeza: implica renunciar a nuestros sueños infantiles de amor infinito y completo.
Renunciar a nuestras exigencias y espectativas no es un movimiento simple:
Todos tenemos heridas en el pasado que nos duelen y estas heridas no se curan sólo negándolas.
Gratitud no es disimular que todo está bien, es concentrarse más en la solución que en el problema.
No importan las vivencias que justifiquen nuestro dolor en el pasado, siempre podemos admirar como ahora estamos vivos y autónomos: hemos sobrevivido.
A partir de allí podemos ver nuestros recursos del presente para seguir adelante y no nuestras limitaciones.
No siempre resulta fácil tener la capacidad de tener esta perspectiva, pero esto depende de nosotros: la gratitud es una actitud que se puede entrenar a diario.
Si queremos nuestro propio bien, nos tenemos que entrenar en la gratitud.
Es bueno para nosotros.
Y si conseguimos ser gratos en la vida, la felicidad será tan sólo la consecuencia natural de nuestra actitud.
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