Seguía el
barco navegando por los mares y ya hacía mucho tiempo que todo estaba
especialmente tranquilo… quizás demasiado… Aquella paz especialmente perfecta
parecía preparar el terreno a algo nuevo, algo diferente… Por alguna razón que
nadie sabía explicar la tripulación comenzó a estar un poco inquieta…
Al cabo de
unas horas una negra tempestad apareció al horizonte… una tormenta tropical
profunda y espantosa! Y se acercaba rápidamente en dirección del barco.
Hasta el
capitán se asusto de aquel azul profundo que congelaba la sangre en las venas…
mandó bajar las velas frente al fuerte viento que comenzaba a soplar. Tenía
miedo que las velas se rasgasen y que las cuerdas se rompiesen dejándoles
perdidos en el mar a la deriva.
Esperaba con
todo su corazón que la tempestad pasase lejos de allí, sin acercarse demasiado.
Pero las
nubes parecen crecer en fuerza y tamaño. Se comienzan a ver rayos luminosos
como grietas en la profunda oscuridad de la tormenta. La tripulación comienza a
temer lo peor.
El capitán
no sabe que hacer así que se acerca a la balaustrada en dirección de las negras
nubes y le pregunta qué hacer al viento: esperar con las velas bajadas o
alejarse lo más rápido posible con el riesgo de rasgar las velas y quedarse a
la deriva?
El viento pronto
le contesta: “capitán! Me temes ahora que te soy amigo? Si no aceptas ahora mi
ayuda, acabarás teniéndome como enemigo de tu viaje. No dudes más! Usa mi
fuerza propicia y aléjate ahora!”
Pero el
capitán, aún lleno de miedo y sin saber si creer en la voz del viento contestó:
“Oh viento del Norte, tu fuerza es tremenda y si yo no te controlo bien
acabarás siendo mi ruina… puedo realmente confiar en ti?”
“jajaja. Mi
querido hijo, eres hombre de mar y ya me conoces bien: es verdad, soy temible
pero sin mí no puedes irte a ningún lado. Yo soy la fuerza que te permite el
viaje! Si tienes dudas, ata mejor tus cuerdas, o átala dos veces a lo que
tienes de más sólido! Usa todo lo más firme que tienes para estar fuerte, pero
confía, y ábrete a mi soplo! Sin él tan sólo acabarás estando aquí, estancado,
esperando tu inevitable ruina!
Y no te
asustes por las negras nubes que empujo al horizonte, no las mires! mírate en
tu centro, ahora! Si te soy favorable y amigo, tienes que aceptar mi ayuda. Si
no lo haces será peor para ti”.
“dices la
verdad, oh viento. Pero tú eres incontrolable… y a uno sólo de tus soplos más
fuertes mis velas se pueden rasgar y acabaremos arruinados y perdidos en la
vasta mar…”
“No seas tan
ingenuo, capitán: el viaje al mar no es una opción, ya estás en ello!
Estas son
las reglas del mar! Acéptalo! Confía en tus compañeros que tejieron y
construyeron las velas, las cuerdas y los mástiles de tu navío! Confía en
ellos! Seguro que han trabajado duro y incesantemente pensando en estos
momentos!
Y ahora
despliega tus velas, hombre de mar!
Las velas
están hechas para recibir el viento! No les prives de este placer!”
El capitán
agradeció el consejo del espantoso viento del Norte que seguía rugiendo en el
cielo y en seguida ordenó a su tripulación de desplegar todas las velas lo más
rápido posible.
Un marinero
se acercó preocupado y le preguntó si estaba seguro de lo que hacía… todo el
mundo tenía miedo de aquel viento y de aquella tempestad… se sentían tan
pequeños y frágiles…
Y entonces
el capitán habló a toda la tripulación con voz fuerte y segura: “acepten los
miedos, compañeros. Acepten que somos pequeños, pero confíen!
Las velas
están empujadas por el viento tan sólo porque aceptan su proprio vacío! Y
resisten en su sitio tan sólo porque están atadas con doble cuerdas a los
mástiles y no pueden moverse a ningún otro lugar.
Así
nosotros también estamos atados y sin
opción, con el vacío de nuestro miedo en nuestros corazones: pero será
justamente por eso el poderoso viento del Norte nos ayudará”.
Así dijo el
capitán, las velas fueron levantadas y rápidamente el navío se alejó y se salvó
de la tempestad, empujado por los fuertes y constantes vientos rugientes.
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