Y de nuevo el tesoro cayó en las manos de otros hombres…
Una y otra vez… de mano en mano, de espada en espada, de
cofre en cofre, de cueva en cueva, de agujero en agujero…
Quién habrá sido el primero en tenerlo? Nadie ya lo sabe…
esto se ha perdido en las nieblas de los tiempos. Sólo queda el tesoro, real,
brillante, hipnótico. Parece casi olvidar todo el rastro de aventuras y
violencias que lo condujo hasta allí.
Parece tan… hipócrita! Tan nuevo! Tan inocente! Tan bueno...
El hombre que esta vez lo tenía en sus manos estaba viendo
tan sólo esa parte, la parte brillante y generosa, de este tesoro recién
descubierto. Y estaba entusiasta!
Quizás cansado de ver tantas veces las mismas fugaces
alegrías de los humanos, tan inconsistentes y efímeras, el tesoro decidió
hablarle al hombre, esta vez.
“Hola explorador! Me has encontrado finalmente, ya veo que
estás muy feliz de tenerme en tus manos. Y me lo creo! No sabes cuanta gente
quería estar en tu lugar, ahora! Sin embargo te tengo que avisar que tu
felicidad está ya en peligro! Piensa en eso: antes de encontrarme ibas ligero y
tenías todo que ganar! Ahora en cambio vas cargado de peso y sólo tienes que
perder… No tendrás ya miedo de que algún
pirata o algún ladrón te mate para quitarte ese brillante tesoro?”
El explorador se asustó al escuchar la voz del tesoro… no se
lo podía creer! Un tesoro que le habla! Qué demonio es esto?
El hombre, después de unos instantes en los cuales intentó
recuperarse del susto, le dijo al tesoro: “nunca se ha visto en el mundo un
cofre lleno de oro que tenga voz y que hable como un humano! Tienes que ser un
tesoro maldito! Alguien te echó una maldición! Quizás alguien que murió a causa
tuya! Llevas contigo la mala suerte, escondida debajo de tu apariencia tan
luminosa y atractiva! Maldito tesoro! Maldito tesoro!”
El tesoro no tenía ninguna intención de asustar al hombre,
ni de obligarlo a dejarle allá en su lugar escondido. La verdad no le importaban
nada esos cambios momentáneos. El tesoro sólo quería ahorrarle al hombre
aquellas desilusiones que ya tantas veces había visto en las vidas de los
humanos que luchaban para conquistarlo.
Así que simplemente añadió: “querido viajero. No soy
maldito. No tengo maldición alguna. Soy lo que llegó por azar en tus manos y
nada más. Puedes aprovecharme o no. Pero bien, si crees que tengo algo malo,
eres libre de irte. Al fin y al cabo sólo soy un tesoro y nada más.”
El explorador se quedó mudo y inmóvil por mucho tiempo,
dudando si marcharse sin el tesoro, después de tanto viaje y tanto riesgo o si
tomarlo y quizás caer en la maldición que tanto temía…
El tesoro vio con curiosidad la indecisión del hombre y le
dijo: “ya no sabes si arriesgarte o no? Qué complicado es a veces recibir tanta
abundancia, no te parece? Antes de encontrarme lo más precioso que tenías era
tu vida. Pero ahora quizás empiezas a dudarlo, parece…”
El explorador se quedó en silencio. Así que el tesoro siguió
hablando:
“Que sepas, humano, que yo sólo soy un pequeño tesoro. La
vida es el tesoro más grande!
Y ahora te diré otra cosa sobre los tesoros!
Todos los tesoros, aunque procedan de muertes, asesinatos y
violencias, no pueden ser malditos!
Si ves maldición en el tesoro, esa maldición simplemente te
la echas tú a tu cabeza! Y dejas de aprovechar la abundancia que tienes para
poder hacer algo bueno con ella.
De verdad crees que unas cuantas monedas de oro pueden ser
“malas”?
No será que tal vez vienen con historias de dolor,
simplemente? No será que estas monedas que ahora están en tus manos ya no
quieren ser “malditas”? Este oro quiere ser usado para dar felicidad y alegría
duradera a alguien, por una vez! No quieres ser tú ese alguien?
Es por eso que he decidido hablarte: en vez de rechazar toda
esa prosperidad sólo por proceder del dolor, transforma este dolor en algo
bueno!
Deshazla tú esta maldición. Deshazla con tu propia
felicidad.
Dale un sentido a toda esta cadena de violencias y muertes
que me trajeron hasta aquí! Haz que todo eso no sea algo inútil! Usa ese tesoro
para que tu vida florezca y así todos los sufrimientos del pasado tendrán un
fin: tu felicidad!”
El hombre se quedó boquiabierto… poco a poco se convenció.
Se acercó. Tocó lentamente aquel oro. Y comenzó a poner en sus bolsos algunas
monedas.
El tesoro dijo una última cosa: “lo que haces ahora es sabio,
explorador! Pero que sepas que esta abundancia que finalmente aceptas viene con
unos deberes para ti:
- Si no quieres ser cómplice de todos los ladrones que me
recolectaron en el pasado, tienes la obligación interna de usar el tesoro para
la felicidad y de donar parte de esa abundancia a los demás.
- Deberás, además, agradecer a los que te permitieron tener
ese oro en tus manos, incluso a los asesinos más crueles. Si eres rico es
gracias a ellos.
Eso quiere decir que tienes bastante trabajo: tienes que ser
más alegre, más altruista y menos inocente.
Todo tesoro, en el fondo, tiene un precio.
Incluso la vida que es el tesoro más grande.”
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